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Técnicas narrativas contemporáneas

17 años > Lengua y Literatura > Construyendo interpretaciones literarias colaborativas

1- Contextualización

Los acontecimientos históricos, sociales, políticos y económicos que marcaron fundamentalmente la primera parte del siglo XX, provocaron también un antes y un después en el desarrollo de las artes.

 

 

En este mismo contexto, el desarrollo de la psicología y el psicoanálisis influyen de manera importante en la sociedad y en la comprensión del ser humano. Su pensar y actuar son estudiados a partir de los principios y postulados de estas disciplinas cuyo foco está puesto en el cuestionamiento y comprensión de la propia existencia.

De este modo la literatura, disciplina artística no ajena a los hitos que rompieron estructuras, paradigmas y convenciones hasta ese entonces validado y sustentadas, se nutrió de las ideas de estas áreas del conocimiento, para, fundamentalmente en la producción narrativa, poder abrir un espacio que permitiera acceder a lo más íntimo de los personajes que perfilan y desarrollan las historias, a fin de otorgarles verosimilitud.

 

 

Por otra parte, el Existencialismo como corriente del pensamiento imperante en la época, creó un movimiento de cuestionamiento y análisis de la propia existencia, en donde tanto el ser humano en un contexto real, como su representación en la ficción, se beneficiaron de estos conocimientos para poder acceder a la comprensión de su propia interioridad, haciéndole ver que el centro de toda reflexión es el ser humano y permitiéndole, sobre todo por el contexto en el que surge -después de la Segunda Guerra Mundial- un  desahogo emocional.

En la actualidad hay obras que, si bien no se acogen a este movimiento, sí han considerado de una u otra manera los aportes que tanto la psicología como el Existencialismo brindaron a la literatura como herramientas de expresión para poder profundizar en los personajes y sus historias.

 

2- Soliloquio

Entenderemos en primera instancia que el soliloquio es una especie de diálogo reflexivo que realiza el personaje, pero esta vez no con otro interlocutor, sino consigo mismo a fin de exteriorizar pensamientos que tras su análisis y comprensión lo conducen a una acción. Suele confundirse con monólogo, instancia en la cual un solo personaje habla.

 

 

Ahora bien, esta expresión a modo de confesión se puede realizar frente a una audiencia convencional que no participa de la discusión, sino más bien se presenta como mero receptor que escucha las reflexiones del personaje, pues este no espera del otro una respuesta. 

Se relaciona de manera importante con la argumentación, pues el personaje se propone reflexionar sobre un tema de su propia existencia, presentando argumentos en voz alta que justifiquen y respalden una conducta, una decisión, un pensamiento, los que luego de comprenderlos al comunicarlos, pueden dar paso a una acción. En definitiva, el personaje expone lo que piensa, siente o le ha ocurrido para poder entenderse y tomar así nuevas decisiones.

En cuanto a sus características estructurales, el soliloquio comunica emociones o ideas de manera coherente, pues el personaje intenta comprender su conducta, pensar y sentir a través de su argumentación, por lo tanto, se esfuerza por resultar lo más claro posible.

A través de su exposición, los lectores podemos conocer, analizar y comprender la personalidad y carácter de un personaje sin filtros ni censuras, podemos acceder a su esencia sin recortes ni fragmentaciones, pues este al cumplir además el rol de narrador, logra revelarnos experiencias, momentos, recuerdos y, en general, motivos y razones que justifican su forma de ser.

 

2.1- ¿Cómo se construye un soliloquio?
Un soliloquio se construye como una red de experiencias, recuerdos, sensaciones, imágenes, sentimientos, relaciones y más que van conformando la existencia de un personaje en particular, así este definido por una identidad, género, edad, ocupación, etc., va organizando sus vivencias a modo de presentar como resultado de la creatividad del autor, un relato cargado de historias y conflictos que el personaje mismo intenta explicar, interpretar y resolver.

 

2.2- Conceptos relacionados con la construcción de un soliloquio

 

  • Visión de mundo

En la exposición de un soliloquio en el cual el personaje comunica su interioridad, este también dará pautas para conocer y entender la visión de mundo que transmite su existencia y pensamiento. En ella, el personaje nos transmitirá cómo percibe no solo su propia existencia sino la realidad en su totalidad, cómo la aborda y la abarca de acuerdo a la cultura a la que pertenece y a las costumbres que representa o de aquellas que forman parte de su contexto, pero que no avala.

 

 

  • Tema o problemática

De la mano de la visión de mundo, el personaje en su discurso nos planteará un tema en particular que concentra su atención y preocupación, motivo que conduce su confesión y que impulsa su necesidad de expresar y comunicar sus ideas. Este tema puede representar, a su vez, un problema, desafío o conflicto con el que el personaje debe lidiar y al que debe dar respuesta o resolución. 

Este tema o problema puede estar motivado por algún recuerdo de alguna vivencia del pasado que haya marcado su historia de vida, decisiones y acciones que han perfilado su identidad o paradojas y conflictos no resueltos que se configuran como trabas que el personaje debe saldar para poder continuar.

Ahora bien, es importante tener en cuenta que no se trata siempre de un conflicto en un sentido negativo, pero es recurrente que aquello que motiva al personaje a revelar su interioridad, es algo que intenta sacarse de adentro para visualizarlo mejor, conocerlo, entenderlo y luego de aclararlo, resolverlo y continuar, por eso los conflictos no resueltos son los elementos que predominantemente motivan la reflexión de un personaje a modo de argumentación y cuestionamiento en voz alta, sin la espera de un consejo o respuesta, pues quien escucha es eso, un receptor, pero la respuesta la espera de sí mismo luego de realizar todo el proceso de análisis y comprensión de su situación.

 

Ejemplo:

Hijo de ladrón
Manuel Rojas
 

 

"Imagínate que tienes una herida en alguna parte de tu cuerpo, en alguna parte que no puedes ubicar exactamente, y que no puedes, tampoco, ver ni tocar, y supón que esa herida te duele y amenaza con abrirse o se abre cuando te olvidas de ella y haces lo que no debes, inclinarte, correr, luchar o reír; apenas lo intentas, la herida surge, su recuerdo primero, su dolor enseguida: aquí estoy, anda despacio. No te quedan más que dos caminos: o renunciar a vivir así, haciendo a propósito lo que no debes, o vivir así, evitando hacer lo que no debes." 

(fragmento)
 

Explicación del ejemplo:

Como se puede ver en el ejemplo anterior, en la obra Hijo de ladrón del escritor chileno Manuel Rojas, reconocido con el Premio Nacional de Literatura, el personaje, que a la vez es el narrador de la historia, realiza para sí mismo un diálogo en el que reflexiona sobre un tema particular que, en este caso, es una herida con la cual se propone motivar una reflexión y mientras lo hace en la escena no hay quien lo acompañe, pues la audiencia es más bien imaginaria. 

De este modo, su discurso se configura como la exteriorización de su pensamiento, tal como si fuera una confesión. 

 

 

 

3- Otras técnicas narrativas

  • Monólogo interior

A diferencia del soliloquio o monólogo que es una exteriorización de lo que piensa y siente el personaje, el monólogo interior, tal como su nombre lo señala, se refiere a pensamientos y divagaciones que no son exteriorizadas, sino que ocurren solo en la mente del personaje. De este modo, resulta ser menos coherente que el soliloquio y es presentado en una sintaxis alterada que, en ocasiones, puede omitir incluso la puntuación.

Al pretender mostrar lo más íntimo del personaje, lo que lo mueve, interesa o complica, suele presentarse tal como en su cabeza lo ve, con el propósito de ser fiel a sus pensamientos y que, a nosotros como lectores, nos pueda transmitir su historia sin tapujos ni reservas. 

 

Ejemplo:

La Ciudad y los perros
Mario Vargas Llosa

 

 

"Era machaza: la hacían volar a patadones y ella volvía a la carga, ladrando y mostrando sus dientes, unos dientes chiquitos de perrita muy joven. Ahora ya está crecida, debe tener más de tres años, ya está vieja para ser perra, los animales no viven mucho, sobre todo si son chuscos y comen poco. No recuerdo haber visto que la Malpapeada coma mucho. Algunas veces le tiro cáscaras, ésos son sus mejores banquetes. Porque la hierba solo la mastica: se chupa el jugo y la escupe. Se mete un poco de hierba en la boca y se queda horas masca y masca, como un indio su coca. Siempre estaba metida en la sección y algunos decían que traía pulgas y la sacaban, pero la Malpapeada siempre volvía, la botaban mil veces y al poquito rato la puerta comenzaba a crujir y ahí abajo aparecía, casi junto al suelo, el hocico de la perra y nos daba risa su terquedad y a veces la dejábamos entrar y jugábamos con ella. No sé a quién se le ocurrió ponerle Malpapeada. Nunca se sabe de dónde salen los apodos. Cuando empezaron a decirme Boa me reía y después me calenté y a todos les preguntaba quién inventó eso y todos decían Fulano y ahora ni cómo sacarme de encima ese apodo, hasta en mi barrio me dicen así." 

(Fragmento)

 

Explicación del ejemplo:

En este caso, en el fragmento de La ciudad y los perros del novelista peruano Mario Vargas Llosa, quien se reconoce como uno de los novelistas y ensayistas contemporáneos más influyentes en la producción narrativa latinoamericana y por ello merecedor además del Premio Nobel de Literatura en 2010, estamos frente a un ejemplo de monólogo interior, el cual se distingue del soliloquio al tener la particularidad de que este ocurre antes de cualquier verbalización, antes de que el personaje lo exteriorice en voz alta, por lo tanto, se entiende que el monólogo interior se realiza en un nivel o estado pre-discursivo, pues se presenta el pensamiento del personaje de manera fragmenta, es decir, sin que haya sido organizado previamente para ser comunicado. 

Ahora bien, ¿qué aporta a la obra narrativa este recurso? Pues brinda a la narrativa un mayor sentido de realismo psicológico, de encuentro con la interioridad del personaje, siendo así el lector más bien un testigo presencial, pero no un mero receptor de sus pensamientos, divagaciones y emociones.

 

  • Corriente de la conciencia

Otra de las reconocidas técnicas narrativas contemporáneas, destacada por ser la más fiel a la representación de las ideas del personaje tal como surgen y se combinan en su mente antes de ser organizadas y verbalizadas al exterior.
Al igual que en el caso anterior, los pensamientos no se presentan en un diálogo con un interlocutor que responde a la conversación iniciada por el personaje, sino que es la representación del devenir de una y otra idea en la mente del personaje que, con el fin de representarlas lo más real posible, resulta un relato caótico y complejo de comprender, debido a la omisión total de puntuación y por ello la incoherencia absoluta del relato.

Así como otras técnicas narrativas propias del siglo XX, como la polifonía (concepto estudiado en la Guía n°5 de la Unidad 1), la corriente de la conciencia desafía al lector para que este debiendo asumir un rol activo, tenga la capacidad de comprender y desenmarañar aquello que, en una primera lectura, no es comprendido fácilmente pero que, con un poco más de detención y análisis, resulta establecerse una relación lógica entre las ideas que confluyen en la mente del personaje.

En definitiva, las estrategias o recursos que la literatura implementó en la producción narrativa del siglo XX, y de ese entonces en adelante, se basó en la consideración del inconsciente como una fuente poderosa que conocimiento que permitía al lector conocer a los personajes sin tapujos ni reservas que, impulsados por la razón y la lógica, nos presentaran personajes solo desde una arista. De este modo la ilogicidad y la falta de sentido, nos acercó a personajes que, en su representación real del ser humano, enfrentaban conflictos con los cuales los lectores pudieran sentir plena identificación.

 

Ejemplo:

Misa de Réquiem
Guillermo Blanco

 

 

“Su voz sonaba tranquila, acorde con la serenidad de tiempo ido de los latines, y por dentro, jadeante, su pensamiento corría desatentado: O podría dejar de lado el evangelio y la epístola y dirigirme a él sin subterfugios decirle llanamente cordialmente has venido a vengarte a asesinarme a desquiciarte en mí de un daño que no te hice y que no te habría hecho y tú lo sabes y además estás más que vengado de mi padre y en mis hermanos después sí ellos eran iguales a él pero yo no soy distinto pero quieres que alguno de nosotros te implore perdón quiere que me arrastre a tus pies y que lo haga delante de mis feligreses para mayor perfección.” 

(Fragmento)

 

Explicación del ejemplo:

A diferencia de los ejemplos anteriores, en Misa de Réquiem del escritor chileno Guillermo Blanco, quien formó parte de la conocida Generación del 50 que impulsó la superación del criollismo y la tradición local, se presenta una narración sin puntuación, sin un orden sintáctico establecido que dotan a la creación de una representación fiel del pensamiento caótico del personaje sin filtros ni censuras; un ir y venir en la historia que exige al lector máxima atención y comprensión para captar el contenido de la obra.

 

  • Enumeración caótica

Es otra de las técnicas narrativas del siglo XX en la que desaparece el criterio lógico y en la que se asocia de manera libre múltiples elementos y recursos que en primera instancia y manera aparente no parecen tener conexión alguna que los vincule. Sin embargo, la responsabilidad para establecer el vínculo y relación recae nuevamente en el lector, de quien se espera la capacidad de establecer dicha conexión para poder interpretar y otorgar sentido a la ilogicidad referida.

 

Ejemplo:

La suma
J. L. Borges

 

 

Ante la cal de una pared que nada
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vasta algarabía
de líneas es la imagen de su cara.

 

Explicación del ejemplo:

Se presenta, en este caso, un poema del escritor Jorge Luis Borges, escritor argentino considerado una de las grandes figuras de la literatura en lengua española del siglo XX. Destacado en variados géneros, que a menudo con gran talento y creatividad fusionó deliberadamente. Por ello, Jorge Luis Borges ocupa un puesto importante en la historia de la literatura por sus relatos breves y la profundidad de sus historias.

El poema, tal cual su título lo refiere, es la suma ilógica de variados elementos que aparentemente no establecen una clara conexión, sin embargo, estos representan de forma poética la existencia de aquel hombre que traza líneas sobre una pared cuyas imágenes no representan sino su vida misma.

 

4- Desafío

A modo general, el fragmento que leerás corresponde a la novela El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel, escritora mexicana cuya obra ha sido traducida a 18 idiomas y que destaca por la intimidad con la que construye sus personajes. En esta, su novela publicada con inspiración autobiográfica publicada en 2011, narra la historia de una mujer, personaje principal que a la vez se presenta como narradora de su propia historia, que en su infancia producto de un defecto en un ojo, enfrentó conflictos que no solo marcaron su  su propia aceptación en aquel entonces, sino que también perfilaron su forma de ser hasta la adultez.

La crítica la ha caracterizado y clasificado como una novela de iniciación en la cual la búsqueda de sí mismo, la aceptación de su entorno y las dificultades que genera la convivencia forman parte del discurso central de la obra.

Ahora bien, la actividad consiste en reconocer en el siguiente fragmento los elementos que permiten señalar que la obra corresponde a un soliloquio. Para ello considera la siguiente tabla que establece los criterios que debes tener en cuenta al momento de leer y analizar el texto. En cada caso, deberás agregar una marca textual que respalde tu análisis y reconocimiento.

 

El cuerpo en que nací
Guadalupe Nettel
 

 

 

Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho. No habría tenido ninguna relevancia de no haber sido porque la mácula en cuestión estaba en pleno centro del iris, es decir justo sobre la pupila por la que debe entrar la luz hasta el fondo del cerebro. En esa época, no se practicaban aún los trasplantes de córnea en niños recién nacidos: el lunar estaba condenado a permanecer ahí durante varios años. La obstrucción de la pupila favoreció el desarrollo paulatino de una catarata, de la misma manera en que un túnel sin ventilación se va llenando de moho. El único consuelo que los médicos pudieron dar a mis padres en aquel momento fue la espera. Seguramente, cuando su hija terminara de crecer, la medicina habría avanzado lo suficiente para ofrecer la solución que entonces les faltaba. Mientras tanto, les aconsejaron someterme a una serie de ejercicios fastidiosos para que desarrollara, en la medida de lo posible, el ojo deficiente.

Esto se hacía con movimientos oculares semejantes a los que propone Aldous Huxley en El arte de ver pero también –y es lo que más recuerdo– por medio de un parche que me tapaba el ojo izquierdo durante la mitad del día. Se trataba de un pedazo de tela con las orillas adhesivas semejantes a las de una calcomanía. El parche era color carne y ocultaba desde la parte superior del párpado hasta el principio del pómulo. A primera vista, daba la impresión de que en lugar de globo ocular sólo tenía una superficie lisa. Llevarlo me causaba una sensación opresiva y de injusticia. Era difícil aceptar que me lo pusieran cada mañana y que no había escondite o llanto que pudiera liberarme de aquel suplicio. Creo que no hubo un solo día en que no me resistiera. Habría sido tan fácil esperar a que me dejaran en la puerta de la escuela para quitármelo de un tirón, con el mismo gesto despreocupado con el que solía arrancarme las costras de las rodillas. Sin embargo, por una razón que aún no logro comprender, nunca intenté despegarlo. 

Con ese parche yo debía ir a la escuela, reconocer a mi maestra y las formas de mis útiles escolares, volver a casa, comer y jugar durante una parte de la tarde. Alrededor de las cinco, alguien se acercaba a mí para avisarme que era hora de desprenderlo y, con esas palabras, me devolvía al mundo de la claridad y de las formas nítidas. Los objetos y la gente con los que me había relacionado hasta ese momento aparecían de una manera distinta. Podía ver a distancia y deslumbrarme con la copa de los árboles y su infinidad de hojas, el contorno de las nubes en el cielo, los matices de las flores, el trazado tan preciso de mis huellas digitales. Mi vida se dividía así entre dos clases de universo: el matinal, constituido sobre todo por sonidos y estímulos olfativos, pero también por colores nebulosos, y el vespertino, siempre liberador y a la vez de una precisión apabullante. 

El colegio era, en tales circunstancias, un lugar aún más inhóspito de lo que suelen ser esas instituciones. Veía poco, pero lo suficiente para saber cómo manejarme dentro de aquel laberinto de pasillos, bardas y jardines. Me gustaba subir a los árboles. Mi sentido del tacto superdesarrollado me permitía distinguir con facilidad las ramas sólidas de las enclenques y saber en qué grietas del tronco se insertaba mejor el zapato. El problema no era el espacio, sino los demás niños. Ellos y yo sabíamos que entre nosotros había varias diferencias y nos segregábamos mutuamente. Mis compañeros de clase se preguntaban con suspicacia qué ocultaba detrás del parche –debía ser algo aterrador para tener que cubrirlo– y, en cuanto me distraía, acercaban sus manitas llenas de tierra intentando tocarlo. El ojo derecho, el que sí estaba a la vista, les causaba curiosidad y desconcierto. De adulta, en algunas ocasiones, ya sea en el consultorio del oculista o en la banca de algún parque, vuelvo a coincidir con uno de esos niños parchados y reconozco en ellos esa misma ansiedad tan característica de mi infancia que les impide estarse quietos. Para mí, se trata de una inconformidad ante el peligro y la prueba de que tienen un gran instinto de supervivencia. Son inquietos porque no soportan la idea de que ese mundo nebuloso se les escape de las manos. Deben explorar, encontrar la manera de apropiarse de él. No había otros niños así en mi colegio, pero tenía compañeros con otro tipo de anormalidades. Recuerdo a una nena muy dulce que era paralítica, un enano, una rubia de labio leporino, un niño con leucemia que nos abandonó antes de terminar la primaria. Todos nosotros compartíamos la certeza de que no éramos iguales a los demás y de que conocíamos mejor esta vida que aquella horda de inocentes que, en su corta existencia, aún no habían enfrentado ninguna desgracia. 

Mis padres y yo visitamos oftalmólogos en las ciudades de Nueva York, Los Ángeles y Boston pero también Barcelona y Bogotá, donde oficiaban los célebres hermanos Barraquer. En cada uno de esos lugares, resonaba el mismo diagnóstico como un eco macabro que se repite a sí mismo, postergando la solución a un hipotético futuro. El médico que más frecuentamos oficiaba en el hospital oftalmológico de San Diego, justo detrás de la frontera, donde también vivía la hermana de mi padre. Se llamaba John Pentley y tenía el aspecto de un viejito bondadoso que prepara potingues y receta gotas para la felicidad.

Administraba a mis padres una pomada espesa que ellos esparcían cada mañana dentro de mi ojo. También ponían unas gotas de atropina, sustancia que dilata la pupila a su máxima capacidad y que me hacía ver el mundo de manera deslumbrada, como si la realidad se hubiese convertido en la sala de un interrogatorio cósmico. Ese mismo médico aconsejaba la exposición de mis ojos a la luz negra. Para hacerlo, mis padres construyeron una caja de madera en la que cabía perfectamente mi pequeña cabeza, y la iluminaban con un foco de esas características. En el fondo, a manera de un cinemascopio primitivo, circulaban dibujos de animales: un venado, una tortuga, un pájaro, un pavorreal. La rutina tenía lugar por la tarde. Justo después, me quitaban el parche. Quizás, así contado, pueda parecer divertido, pero la verdad es que yo lo vivía como un auténtico tormento. Hay personas a las que obligan durante su infancia a estudiar un instrumento de música o a entrenarse para competiciones de gimnasia, a mí se me entrenaba a ver con la misma disciplina con que otros preparan su futuro como deportistas.
Pero la vista no era la única obsesión en mi familia. Mis padres parecían tomar la infancia como una etapa preparatoria en la que deben corregirse todos los defectos de fábrica con los que uno llega al mundo y se tomaban esa labor muy en serio.

Recuerdo que una tarde, durante una consulta al ortopedista –quien carecía a todas luces de conocimientos de psicología infantil–, se le ocurrió asegurar que mis esquiotibiales eran demasiado cortos y que eso explicaba mi tendencia a encorvar la espalda como si intentara protegerme de algo. Cuando miro las fotos de aquella época, me parece que la curvatura en cuestión era apenas perceptible en las poses de perfil. Mucho más notoria resulta mi cara tensa y al mismo tiempo sonriente, como la que puede percibirse en algunas imágenes que tomó Diane Arbus de los niños en los suburbios neoyorquinos. Sin embargo, mi madre adoptó como un desafío personal la corrección de mi postura, a la que se refería con frecuencia con metáforas de animales. De modo que, a partir de entonces, además de los ejercicios para fortalecer el ojo derecho, incorporaron a mi rutina diaria una serie de estiramientos para las piernas. Tanto parecía llamarle la atención esa tendencia mía al enconchamiento que terminó encontrando un apodo o «nombre de cariño» que, según ella, correspondía perfectamente a mi manera de caminar. 

–¡Cucaracha! –gritaba cada dos o tres horas–, ¡endereza la espalda! 

–Cucarachita, es hora de ponerse la atropina. 

Quiero que me diga sin tapujos, doctora Sazlavski, si un ser humano puede salir indemne de semejante régimen. Y si es así, ¿por qué no fue mi caso? Mirándolo bien, no es al

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Fecha de publicación: 06/03/2024

Última edición: 06/05/2024

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