Introducción
Ya hemos avanzado bastante en lo que ha sido el origen de la filosofía. Nos hemos preocupado de analizar los detalles más inmediatos respecto de cómo esta ciencia llegó a constituirse en un pensamiento racional por excelencia. Desde el pensamiento mágico, pasando por los presocráticos para llegar a conocer a los tres exponentes más connotados de la filosofía: Sócrates, Platón y Aristóteles, con los cuales esta logra su mayor apogeo, la vida del ser humano ya no será la misma en términos de reflexión, de análisis y discurso sobre la realidad existencial.
En cada uno de los filósofos analizados hemos visto una preocupación fundamental por hacer del ejercicio racional un pilar fundamental a la hora de buscar las respuestas a las problemáticas fundamentales que aún continúan afectando al ser humano. En cada uno de ellos ha existido la necesidad de dialogar y analizar la realidad a partir de esquemas racionales conducentes a establecer coordenadas lógicas para comprender colectivamente lo que llegamos a conocer. El diálogo filosófico no ha sido un ejercicio que solo haya surgido en un período determinado de tiempo, antes bien, ha estado presente desde que el hombre griego del siglo VII a.C., comenzó a instalar un discurso racional que diera cuenta sobre el origen del universo y de la vida.
Si bien es cierto que en un principio sus ideas carecían de una dimensión científica o de un diálogo especializado, sí resulta ser evidente que fue el momento preciso en que ese hombre, impregnado por la curiosidad de saber un poco más allá de lo evidente, se lanza en busca de nuevos conocimientos, activando un ejercicio racional que le servirá como punto de apoyo para dar inicio a una aventura que le permitirá analizar la realidad, estructurando un discurso argumentativo lógico para aproximarse a respuestas objetivas respecto de los misterios de la existencia humana y de todo cuanto existe.
Dialogar ha sido una impronta recurrente entre aquellos que practican la filosofía, por ende, con esta misma han surgido las orientaciones que nos permiten establecer un diálogo que requiere del otro y de los otros, puesto que solo así se pueden exponer las ideas, las problemáticas y encontrar soluciones que permitan una mejor claridad respecto de lo que existe. Dialogar filosóficamente es, ante todo, una dialéctica humana que continúa vigente.
1- ¿Qué es el diálogo filosófico?
En primer término, es importante aclarar que diálogo es un encuentro entre personas que no buscan ni enfrentar sus opiniones como en el debate ocurre ni tampoco que su comunicación esté exenta de dirección como sucede en una conversación. Por eso, el diálogo prioriza a las personas, la existencia de un hilo conductor y la apertura hacia nuevas visiones y perspectivas. Este diálogo es además filosófico, es decir, un encuentro en el que, bajo la guía de un filósofo versado en la dinámica, se tratan en grupo cuestiones de todo tipo. Entonces, ¿cuál es el valor de la filosofía en este aspecto? Podríamos sintetizarlo en los siguientes rasgos:
• La metacognición: pensamos en lo que pensamos y en cómo lo pensamos.
• La radicalidad: indagamos las raíces últimas de las cuestiones.
• La problematización: cuestionando para seguir viendo problematizaciones más allá, promoviendo personas atentas, curiosas y dinámicas.
1.2- Un poco de historia sobre el diálogo filosófico
Para encontrarnos con el origen del diálogo filosófico es necesario remontarnos a la Grecia del siglo VI-V a.C., específicamente con exponentes de envergadura de Sócrates y Platón. Pues veamos cuál es su importancia en este punto.
Sócrates, el gran filósofo del diálogo, hizo de este ejercicio uno de sus principales cualidades mientras vivió en Atenas. No escribió nada, pero lo trasmitió todo por medio de un discurso racional. Sus seguidores quedaban maravillados ante la capacidad para preguntar y dar respuesta a cuestiones que en ese momento le preocupaban: la condición del hombre viviendo en sociedad, y cómo hacer de este un correcto, sabio y virtuoso ciudadano, conocedor de los conceptos universales. Notable es su defensa respecto a las acusaciones hechas en su contra, desarrolladas en el escrito la Apología de Sócrates o defensa socrática. En ese juicio Sócrates hace uso de un discurso argumentativo magnífico que sus detractores no fueron capaces de revertir, y pese a que fue sentenciado a muerte por otras cuestiones ajenas a las acusaciones principales, su legado filosófico continúa vigente.
Fruto de esa fascinación que provocaba Sócrates, surge la primera gran obra escrita de filosofía en la historia del pensamiento occidental: los diálogos de Platón. En ellos, Platón intenta imitar las muchas y muy variadas conversaciones de su maestro Sócrates con los ciudadanos de su época. No debieron ser unas conversaciones cualesquiera. En ellas, Sócrates provocaba una especie de alumbramiento, o despertar de sus interlocutores. A este alumbramiento o parto de ideas, se le ha venido en llamar arte de la mayéutica y consiste en una especie de descubrimiento o recuerdo de ideas ocultas en el interior de la persona, que solamente afloraría tras una toma de conciencia de la propia ignorancia, y después de poner en crisis las propias creencias e ideas.
Al parecer, no solamente Sócrates practicaba este arte del diálogo con sus ciudadanos, además, algunos sofistas lo practicaban; pero su orientación era bien distinta, puesto que la mayoría lo concebía como disputa en la que debía ganar el más hábil en el uso de las técnicas retóricas, lo que era conocido como erística (técnica que intenta descubrir la verdad mediante la confrontación de argumentos contrarios entre sí). Por su parte Platón, principal discípulo de Sócrates, aunque desconfiaba del lenguaje escrito, que por su condición no puede responder a las preguntas, sigue a su maestro dando cuenta de su manera de hacer y utiliza la escritura como vía para exponer su pensamiento.
En el caso de Platón es un diálogo escrito, a medio camino entre el discurso hablado y el soliloquio (reflexión interior por medio del cual, en voz alta, alguien expresa sus pensamientos). Con esta forma de presentar su filosofía, Platón intenta representar el movimiento del propio pensamiento -que es concebido como “diálogo interior del alma consigo misma”. La necesidad de coherencia y la evitación de la contradicción sirven de guía del diálogo, auténtica vía dialéctica hacia la intuición de la verdad.
A su vez, el diálogo socrático y platónico es expresión de un contexto social en el que, la discusión pública se instala en el ágora de la polis griega, con la llegada de la democracia, y como arte de discutir y razonar, se desarrolla como retórica, dialéctica y lógica. A partir de los años 20 del siglo pasado, reaparece un interés renovado por el diálogo, que da lugar a la llamada filosofía del diálogo, y tiene como autores representativos a Rosenzweig, filósofo y teólogo alemán (1886-1929) o Martin Buber, filósofo y escritor judío-austriaco (1878-1965). En esta filosofía del diálogo, se sustenta la idea de que el yo solamente emerge en la relación dialógica, o comunicación existencial entre yo y tú. Con ello, se pone énfasis en la negación de la pretendida prioridad ontológica de la conciencia (monológica), otorgándosela a la relación con el tú (dialógica). De modo que dialogar necesariamente involucra al otro, una condición de relación estrecha que produce una simetría entre el que habla, escucha, responde y aprende. En este sentido la filosofía continúa siendo un aporte para el desarrollo de nuevas alternativas educativas que permitan a todas las personas aprender a dialogar teniendo como base un pensamiento racional.
1.3- La educación dialógica
Respecto a la enseñanza o educación dialógica, debe ser enmarcada como un movimiento que, cuenta con dos siglos aproximadamente de antigüedad, desde que surgiera como expresión generada por una mezcla de ideales ilustrados e impulsos románticos, junto con una visión de la infancia y una visión de su papel en la evolución cultural del niño entendido como “inocencia” y “genio”. Ya en los tiempos de Aristóteles existieron un grupo de jóvenes estudiantes llamados los peripatéticos, los cuales dialogaban y aprendían caminando y dando círculos junto a su maestro. El modelo de educación dialógica, ha trabajado históricamente contra la corriente de la educación masiva estandarizada; no solo en su visión de la naturaleza, capacidades y potencialidades de los niños; sino también y además en sus puntos de vista económicos, políticos y sociales, para los que la infancia, es entendida como una promesa o posibilidad.
En la línea de la educación dialógica, el programa conocido internacionalmente como Filosofía para Niños, asumió a finales de la década de los 60, la responsabilidad de desarrollar un programa de educación dialógica orientado a la escolarización del pensamiento. Los autores responsables del programa son dos filósofos norteamericanos, Matthew Lipman y Ann Margaret Sharp. Desde el IAPC (Instituto para el desarrollo de la filosofía para niños) empezaron a dedicar la mayor parte de su trabajo, al diseño de un programa dialógico de enseñanza de la filosofía. Su pretensión fue crear un programa educativo que fuese a la vez útil e interesante para los niños. Al hacerlo, no solo han proporcionado un valioso recurso de didáctica de la filosofía, de enorme utilidad para la didáctica de las ciencias sociales, sino que han contribuido a la creación de una sub-disciplina de la filosofía – la filosofía para niños – cuyo objetivo es escribir y practicar la filosofía para que los niños y adolescentes de modo tal que puedan disfrutar de ella dentro y fuera del aula.
En consecuencia, se hace necesario mostrar la relación vital entre educación y filosofía sustentada principalmente en el ejercicio del diálogo, lo cual permite intensificar la actitud filosófica que implica estar en el mundo con la disposición de dejarse sorprender, para hacer del mundo y obviamente de las instituciones educativas, un lugar de indagación, de investigación, de relación, de encuentro, donde las experiencias que tengamos con el conocimiento, adquieran pleno sentido para nuestras vidas. En efecto, la filosofía puede brindar herramientas para desarrollar un pensamiento crítico y autónomo, que permita hacer un reconocimiento de la correlación que hay entre lo enseñado y la propia vida. En el diálogo se da un ejercicio de reconocimiento y de encuentro entre personas o entre individuos con otras realidades, que lo inquietan y lo hacen desear acercarse a conocerlas de una manera más detallada.
Quizás, el ejercicio del dialogar, de establecer relaciones con lo otro, es lo que permite ir desarrollando una actitud de indagación, de curiosidad y asombro frente a la vida; en último término, el diálogo filosófico generaría un ambiente propicio para procurar una educación filosófica, que no es otra cosa que una actitud filosófica frente a la vida. Esta visión de filosofía como educación ya estaba presente en la génesis de la cultura griega. En sus orígenes ha sido formadora de la humanidad, porque ella misma tiene como tarea transformar a los individuos, y la filosofía está al servicio de la construcción de la sociedad, pues forma el carácter ético de los sujetos. Para los antiguos griegos, la filosofía tenía una vocación educadora debido a que esta práctica se concibe más como una búsqueda racional de sentido para el vivir humano, una búsqueda que compromete la totalidad de la existencia, que como un quehacer técnico o profesional dentro de un sistema sociocultural dado.
Tal cual lo describíamos más arriba, con la figura de Sócrates se inicia un panorama sobre el cómo, sobre la metodología que usa la filosofía para darse, para enseñarse. Sócrates es aquel sujeto que encarna la actitud del filósofo pues ama el saber y, sobre todo, ama la búsqueda del saber. Esta búsqueda la hace por medio de la indagación, con ayuda de la pregunta que es la herramienta pedagógica por la cual se empieza a filosofar. Es interesante ver cómo en casi todos los textos platónicos, el diálogo y la pregunta tienen un papel protagónico, al permitir el ejercicio filosófico y, con ello, propiciar el ambiente para el conocimiento y el aprendizaje. La filosofía tiene una vocación educadora porque invita a hablar a las personas, pero no de cualquier manera: las dispone para la indagación, para formular preguntas que son el punto de partida para buscar la verdad o formular más preguntas. Veamos un ejemplo, de cómo es que el gran Sócrates hacía uso de su capacidad dialógica.
Como podrás ver, el dialogar ha sido desde muy antiguo, sobre todo desde los tiempos griegos, una necesidad que se instaló en medio de la convivencia humana. Se trata de un ejercicio que requiere del otro para su activación, es decir, se trata de una conexión social que ha permanecido en el tiempo y, por ende, merece ser tratada en los diversos ámbitos del quehacer social, sobre todo el educacional, pues es ahí que, precisamente, se debe cimentar y fortalecer el diálogo con fines colaborativos, para compartir, plantear y adquirir aprendizajes de forma colectiva. Sin duda que dialogar filosóficamente, es otra cualidad humana en donde la filosofía ha sido protagonista desde sus inicios y que bien vale la pena practicarlo.