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Criterios para comparar obras literarias

17 años > Lengua y Literatura > Comparando lecturas literarias

1- Contextualización

Comparar obras (narrativas, líricas y dramáticas) es un ejercicio desafiante, pues implica primero la tarea de analizar las obras de manera individual para conocer y comprender los elementos de fondo y forma que la componen. Posteriormente podemos comparar. 

 

 

Comparar nos permite tener claridad sobre las diferencias y similitudes con otro, pero ¿qué nos permite la información extraída de una comparación? Nos permite estimular el pensamiento abstracto, con el cual podemos inferir ideas, crear interpretaciones y obtener conclusiones que aporten al tema. Si bien, para comparar, simultáneamente se va analizando la obra, con la información recaudada es posible generar un análisis global de ambas obras, y con ello reflexionar acerca del tema presente.

 

 

2. Comparar en el campo literario

La comparación, es en sí un mecanismo común del intelecto humano, aplicado desde acciones cotidianas hasta contextos investigativos complejos. A pesar de ser un método básico, ha aportado en diversas áreas ligados a diversos campos. En el ámbito literario, el método se denomina “Literatura Comparada”, metodología ideada por Dionisio de Halicarnaso (c. 60-c. 7 a. C. Roma), padre de la Crítica Literaria.

 

 

En el siglo XX, los neoformalistas plantearon nuevos criterios a la metodología de la literatura comparada, que se resume en ampliar el foco de estudio de la obra literaria, no como un ente singular, sino como parte del sistema comunicativo, lo que conlleva, por ejemplo, el estudio y comparación de las obras respecto a los lectores (autor/emisor – obra/mensaje – lector/receptor). Toma relevancia factores como el impacto que tiene la obra en los lectores, para ello se debe investigar y comparar el Contexto de Producción y Recepción. 

En síntesis,  los grandes ámbitos de interés de la Literatura comparada son: el estudio, en el contexto de la Historia de la literatura, de las interrelaciones entre las distintas literaturas y de estas con las demás artes y con el ámbito socio-cultural. Y, el estudio comparado entre obras concretas, con otras obras de arte, considerando el momento histórico en que fueron producidas.  

 

2.1- ¿Qué es comparar?
Por definición de la RAE, Comparar (del lat. Compar?re) es analizar con atención una cosa o a una persona para establecer sus semejanzas o diferencias con otra.  En el contexto literario, como ya mencionábamos, comparar es un ejercicio cognitivo enriquecedor, no solo porque nos permite relacionar, asemejar y diferenciar obras literarias de los diferentes géneros, sino también construir nuevas ideas a partir de esta. 

 

2.2- ¿Con qué propósitos se compara?
La comparación de obras literarias tiene como fin el análisis conjunto de dos o más obras, que han sido ya analizadas individualmente. La comparación llevará a entrelazar elementos comunes y diferentes, en diversos aspectos. Por ejemplo, ambas obras pueden tratar el mismo tema, pero desde perspectivas diferentes. Estas perspectivas pueden estar relacionadas con las diferentes fechas de publicación (por lo tanto, de su contexto de producción), la ideología o movimiento literario al que persigue el autor, hechos históricos o a muchos otros motivos por investigar. 

El ejercicio comparativo no solo tiene el propósito de encontrar estas similitudes y diferencias, pues en el camino de análisis se presentan nuevas interrogantes por resolver, lo que enriquece la comprensión de las obras, y reaparecen nuevas ideas, interpretaciones y conclusiones. 

 

2.3- ¿Qué aspectos son necesarios considerar para la literatura comparada?
Primero, es necesario tener en cuenta que el análisis de una obra y el ejercicio comparativo requieren de un lector activo, que ponga a su disposición los diversos saberes y habilidades lingüísticas, para leer y percibir la obra.

El investigador Manfred Schmeling (1984) plantea los siguientes criterios dentro del enfoque literario para asumir las posturas de investigación en cuanto al análisis comparativo de textos literarios:

1. Criterio espacial: considerar el lugar (nación y lengua) de producción de las obras, rescatando sus rasgos específicos (por ejemplo, modismos propios del habla), afinidades y elementos comunes.

2. Criterio temporal: considerar el tiempo (año) de publicación, aspectos sociales e históricos. Pero también, valorar y analizar aspectos como su vigencia en el tiempo, evolución, cambios, etc. 

3. Criterio disciplinario: la literatura comparada es el arte metódico, aproxima la literatura al conocimiento, y relaciona hechos que pueden estar distantes en tiempo y/o espacio; traspasando barreras culturales, confrontando diversas lenguas, sociedades y tradiciones. Los nexos o lazos literarios deben ser metódicos, con el fin de comprender 

 

Pregunta para reflexionar: 

¿De qué manera, al comparar, favorecemos la construcción de conocimiento?
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Para revisar tu respuesta:

La comparación literaria estimula el pensamiento abstracto, y con ello surgen nuevas ideas, nuevos análisis, reflexiones, relaciones y conclusiones. La comparación conlleva a generar muchas habilidades del pensamiento, y construye un nuevo conocimiento en el lector. 

 

 

3- Métodos para comparar obras literarias

La literatura comparada tiene un antiguo origen, que a lo largo de la historia ha ofrecido diversos métodos comparativos complejos que se han ocupado en el campo de la investigación literaria. A continuación, reuniremos algunos criterios, con el objetivo de que como lector-a experimentes la comparación literaria.

Un primer criterio, será definir qué aspectos internos y externos presenta la obra. Por ejemplo, si comparamos dos o más obras narrativas, los elementos internos que se podrían considerar son: tema, conflicto, tipo de narrador, estilo narrativo, perspectiva del narrador, saltos temporales, personajes, entre otros. Y entre los elementos externos, elementos como: autor, contexto, movimiento o género literario, interpretaciones, análisis y reflexiones del lector. 

Si las obras a comparar fueran líricas, los elementos internos tendrían relación con los constituyentes de fondo y forma: hablante, motivo, objeto lírico, temple de ánimo, tipo de versos, estrofas, rima, métrica en general. Así también considerar el lenguaje metafórico, las diversas figuras retóricas. Como elemento externo, serán relevantes el contexto de producción, corriente o movimiento literario y reflexiones del lector. 

 

Recordemos:

Hablante Lírico: Se diferencia del autor, pues corresponde a la voz que habla en el poema. Puede ser un hombre, mujer, niño o niña, un anciano, una cosa o animal que simbólicamente hable, etc.

Objeto lírico: Es el objeto o persona en que se inspira el poema. Puede ser el ser amado, una cosa (rosa, escuela, canción, etc.), una emoción (el amor, el odio, la esperanza, etc.)

Temple de ánimo: Corresponde al ánimo con el que el hablante presenta sus emociones. Por ejemplo, si en el poema, el motivo es el amor, el temple puede ser felicidad (si hay una buena relación), tristeza o resignación (si la relación ha terminado), rencor (si ha habido un engaño), etc.

Motivo lírico: Es el tema del poema. Por ejemplo: el amor, la guerra, la paz, la nación, etc.
Actitud lírica: tiene relación con cómo se sitúa el hablante para expresarse respecto al objeto/sujeto lírico. Existen tres tipos:

– Enunciativa: Predomina la tercera persona, ya que cuenta algo sobre alguien. 
– Apostrófica: El hablante se dirige de manera directa a un tu. Interpela directamente a la persona u objeto. 
– Carmínica o de la Canción: predomina la primera persona “yo”. El poema expresa la interioridad del hablante, expresándose desde el yo. 

 

Si las obras a comparar fueran dramáticas, los elementos internos por considerar serían: conflictos, acción dramática, actos, escenas, tipo de género, personajes arquetipos, entre otros. Como elemento externo, serán relevantes el contexto de producción, corriente o movimiento y reflexiones del lector. 

Posteriormente, cuando se tiene conocimiento sobre los elementos comparados, se puede construir ideas globales, reflexiones y conclusiones al respecto. 

 

Desafío: 

A continuación, leeremos dos cuentos y posteriormente compararemos diversos aspectos, de manera que analicemos y concluyamos ideas. En este caso, compararemos obras narrativas, pero recuerda que puedes comparar obras de otros géneros. 

Primero, deberás responder en la tabla según lo indicado en cada recuadro, basándote en cada uno de los cuentos leídos. Te recomendamos investigar por internet los datos que desconozcas. 

Luego, deberás escribir un breve párrafo en el que reúnas el análisis construyendo una idea global de ambos textos. 

 

Cuento 1

“El padre”
Olegario Lazo Baeza

Un viejecito de barba larga y blanca, bigotes enrubiecidos por la nicotina, manta roja, zapatos de taco alto, sombrero de pita y un canasto al brazo, se acercaba, se alejaba y volvía tímidamente a la puerta del cuartel. Quiso interrogar al centinela, pero el soldado le cortó la palabra en la boca, con el grito: ¡Cabo de guardia!

 

 

El suboficial apareció de un salto en la puerta, como si hubiera estado en acecho. Interrogado con la vista y con un movimiento de la cabeza hacia arriba, el desconocido habló: ¿Estará mi hijo?

El cabo soltó la risa. El centinela permaneció impasible, frío como una estatua de sal.

-El regimiento tiene trescientos hijos; falta saber el nombre del suyo repuso el suboficial.

-Manuel. Manuel Zapata, señor.

El cabo arrugó la frente y repitió, registrando su memoria: ¿Manuel Zapata? ¿Manuel Zapata?

Y con tono seguro: No conozco ningún soldado de ese nombre.

El paisano se irguió orgulloso sobre las gruesas suelas de sus zapatos, y sonriendo irónicamente: ¡Pero si no es soldado! Mi hijo es oficial, oficial de línea.

El trompeta, que desde el cuerpo de guardia oía la conversación, se acercó, codeó al cabo, diciéndole por lo bajo:

Es el nuevo, el recién salido de la Escuela.

-¡Diablos! El que nos palabrea tanto.

El cabo envolvió al hombre en una mirada investigadora y, como lo encontró pobre, no se atrevió a invitarlo al casino de oficiales. Lo hizo pasar al cuerpo de guardia. El viejecito se sentó sobre un banco de madera y dejó su canasto al lado, al alcance de su mano. Los soldados se acercaron, dirigiendo miradas curiosas al campesino e interesadas al canasto. Un canasto chico, cubierto con un pedazo de saco. Por debajo de la tapa de lona empezó a picotear, primero, y a asomar la cabeza después, una gallina de cresta roja y pico negro abierto por el calor. Al verla, los soldados palmotearon y gritaron como niños: ¡Cazuela! ¡Cazuela!

El paisano, nervioso por la idea de ver a su hijo, agitado con la vista de tantas armas, reía sin motivo y lanzaba atropelladamente sus pensamientos.-¡Ja, ja, ja! Sí, Cazuela, pero para mi niño.

 

 

Y con su cara sombreada por una ráfaga de pesar, agregó: ¡Cinco años sin verlo!

Más alegre rascándose detrás de la oreja: No quería venirse a este pueblo. Mi patrón lo hizo militar. ¡Ja, ja, ja!

Uno de guardia, pesado y tieso por la bandolera, el cinturón y el sable, fue a llamar al teniente.

Estaba en el picadero, frente a las tropas en descanso, entre un grupo de oficiales. Era chico, moreno, grueso, de vulgar aspecto. El soldado se cuadró, levantando tierra con sus pies al juntar los tacos de sus botas, y dijo: Lo buscan, mi teniente.

No sé por qué fenómeno del pensamiento, la encogida figura de su padre relampagueó en su mente.

Alzó la cabeza y habló fuerte, con tono despectivo, de modo que oyeran sus camaradas:

-En este pueblo no conozco a nadie.

El soldado dio detalles no pedidos: Es un hombrecito arrugado, con manta. Viene de lejos. Trae un canastito

Rojo, mareado por el orgullo, llevó la mano a la visera: Está bien. ¡Retírese!

La malicia brilló en la cara de los oficiales. Miraron a Zapata y como éste no pudo soportar el peso de tantos ojos interrogativos, bajó la cabeza, tosió, encendió un cigarrillo, y empezó a rayar el suelo con la contera de su sable.

A los cinco minutos vino otro de guardia. Un conscripto muy sencillo, muy recluta, que parecía caricatura de la posición de firmes.

A cuatro pasos de distancia le gritó, aleteando con los brazos como un pollo:

-¡Lo buscan, mi teniente! Un hombrecito del campo; dice que es el padre de su mercé.

Sin corregir la falta de tratamiento del subalterno, arrojó el cigarro, lo pisó con furia, y repuso: ¡Váyase! Ya voy.

Y para no entrar en explicaciones, se fue a las pesebreras.

El oficial de guardia, molesto con la insistencia del viejo, insistencia que el sargento le anunciaba cada cinco minutos, fue a ver a Zapata.

Mientras tanto, el padre, a quien los años habían tornado el corazón de hombre en el de niño, cada vez más nervioso, quedó con el oído atento.

Al menor ruido, miraba afuera y estiraba el cuello, arrugado y rojo como cuello de pavo. Todo paso lo hacía temblar de emoción, creyendo que su hijo venía a abrazarlo, a contarle su nueva vida, a mostrarle sus armas, sus arreos, sus caballos…

El oficial de guardia encontró a Zapata simulando inspeccionar las caballerizas. Le dijo, secamente, sin preámbulos:

-Te buscan. Dicen que es tu padre.

Zapata, desviando la mirada, no contestó.

-Está en el cuerpo de guardia… No quiere moverse.

Zapata golpeó el suelo con el pie, se mordió los labios con furia, y fue allá. Al entrar, un soldado gritó: ¡Atenciooón!

La tropa se levantó rápida como un resorte. Y la sala se llenó con ruido de sables, movimientos de pies y golpes de taco. El viejecito, deslumbrado con los honores que le hacían a su hijo, sin acordarse del canasto y de la gallina, con los brazos extendidos, salió a su encuentro.

Sonreía con su cara de piel quebrada como corteza de árbol viejo.

Temblando de placer, gritó: ¡Mañungo!, ¡Mañunguito!

El oficial lo saludó fríamente. Al campesino se le cayeron los brazos. Le palpitaban los músculos de la cara. El teniente lo sacó con disimulo del cuartel. En la calle le sopló al oído: ¡Qué ocurrencia la suya! ¡Venir a verme! Tengo servicio. No puedo salir.

Y se entró bruscamente. El campesino volvió a la guardia, desconcertado, tembloroso. Hizo un esfuerzo, sacó la gallina del canasto y se la dio al sargento, diciéndole: Tome, para ustedes, para ustedes solos. Dijo adiós y se fue arrastrando los pies, pesados por el desengaño. Pero desde la puerta se volvió para agregar, con lágrimas en los ojos: Al niño le gusta mucho la pechuga. ¡Denle un pedacito!

 

Cuento 2:

Paulita
Federico Gana

¿Llueve, Paulita? Le pregunto, abriendo los ojos cargados de sueño.

-Lloviendo toda la noche sin descansar, señor- me contesta, al mismo tiempo que deposita cuidadosamente sobre el velador una humeante taza de café. En seguida, cruza los brazos sobre el pecho, y se queda inmóvil contemplando fijamente, a través de los vidrios de la ventana, el cielo, de un gris sucio y opaco, cerrado por la lluvia torrencial. Yo, desde mi lecho, diviso confusamente, allá, afuera, las siluetas de los árboles doblados por el fuerte viento del norte; las nubes tenebrosas que vuelan rápidas hacia el sur; los campos, de un verde tierno y brumoso, cubiertos de agua; los animales que vagan aquí y allá en los potreros como entumecidos de frío; las gotas que gorgotean sin término en las charcas.

-Con este tiempo tan malo, los animales y los pobres son los que padecen- agrega Paulita, contemplando tristemente, embebida, el paisaje.

 

 

Después se vuelve hacia mí y me mira sonriendo, con los ojos brillantes, como invitándome a entablar una de esas charlas matinales a que la tengo acostumbrada, en las que tratamos largamente de toda la crónica doméstica de la casa de campo, de la que ella está muy puesta como llavera del fundo que es, desde hace largos años.

Es una viejecita de pequeña estatura, encorvada por los años y los achaques, vestida de riguroso luto, y a pesar del frío y la humedad de esa mañana de invierno, no lleva por todo abrigo sino un pequeño pañuelo de lana que apenas le cubre la cabeza y el cuello. Sus cabellos grises, ásperos y fuertes, su color obscuro y bilioso, su estrecha frente y los pómulos y las mandíbulas muy pronunciados, denuncian a las claras su origen araucano. Sólo los ojos son grandes, negros, rasgados e inteligentes.

Por fin le digo:

-¿Y ha sabido de José?

Al escuchar estas palabras, un destello indefinible de orgullo, de embriaguez y de esperanza, parece encenderse de súbito en el fondo de sus ojos, que parpadean; se acerca a mi lecho y me contesta rápidamente en voz baja, confidencialmente:

-¡De José, mi Josecito, mi hijo!, sí, señor, ¡cómo no había de saber! Está muy en grande por allá, en Antofagasta.

Dicen que ya se salió de ese hotel y que ha juntado plata para poner una tienda. Dicen también que anda muy elegante, que parece todo un caballero. Yo lo decía que Dios había de proteger a mi hijo tan bueno, tan amante, tan sometido y respetuoso con su madre. Cuando lo puse a servir, el primer sueldo me lo trajo hasta el último centavo, y me dijo: “Aquí tiene, madre, para que se compre todas sus faltas”. Después cuando salía a verme, siempre me traía cualquier regalito. Decía también que yo ya no estaba para trabajar, que él me daría para que descansara en mi vejez. Ahora, tan arreglado, tan cuidadoso de su persona, tan sin vicios… -Se interrumpe un instante, apoya la barba en su mano enflaquecida, suspira débilmente y, fijando sus ojos dilatados en el suelo, exclama con voz apagada, como hablándose a sí misma:

-Y ahora, ¡tan lejos de mí el pobre niño! ¿Quién me lo atenderá por allá?…

-¿Y le ha escrito desde que se fue? ¿Le ha mandado algún recuerdo?

Al escuchar estas palabras, su rostro moreno y amarillento parece demudarse de súbito, cierra los ojos a medias y contesta con voz estrangulada, sonriendo pálidamente:

-Si… siempre me escribe…, desde que se fue, ahí tengo las cartas… se las traeré para que las vea… Es tan atento… También me ha mandado algunos engañitos… Dice que no viene, porque no quiere llegar pobre aquí.

 

 

Suspira con esfuerzo, fija los ojos turbios e inciertos en la abierta ventana, y continúa:

-Y pensar que va para tres años que anda por allá. ¡Esto es terrible para una, verse sola en la vejez sin tener a nadie que le cierre los ojos! -Guarda silencio un instante, fijando en mí su mirada triste y abatida y, en seguida, agrega con dolorosa sonrisa:

-¡Ah!, señor, ¡qué crimen más grande es la pobreza, porque si yo hubiera tenido algo, José no se me habría ido con ese caballero, su pariente, que le vino a formar tan bonitos planes para llevárselo al norte! Y ese hombre tiene la culpa de que yo esté padeciendo ahora -termina con voz fuerte, vibrante de cólera y desesperación.

Trata de proseguir, pero la voz se le ahoga en la garganta; su boca se contrae convulsivamente; gruesas lágrimas asoman a sus ojos encendidos y resbalan lentamente por sus mejillas rugosas, y, por fin, murmura con acento entrecortado por los sollozos:

-Y él allá… al fin del mundo… y yo tendré que morirme aquí como un perro: ¡porque esto me matará, esto me ha muerto, señor!

Se lleva al pecho las dos manos como tratando de desembarazarse de algo que la ahoga, se da vuelta y se aleja rápidamente, tambaleándose, con el rostro contraído inclinado hacia la tierra y la trémula cabeza hundida en los hombros.

Pocos días después de esta escena, estoy sentado frente a mi escritorio, leyendo tranquilamente los diarios, que acaba de traer el correo de la mañana. Por la abierta ventana penetran los rayos del sol de invierno; en el jardín que hay al frente se escucha el lento gotear de los árboles que sacuden el agua de la pasada lluvia, el grito estridente de las golondrinas, el confuso gorjeo de los pájaros, saludando alegremente al buen tiempo. Grandes, espesas nubes blancas se divisan allá entre los árboles del camino real, destacándose inmóviles sobre el húmedo azul del cielo; y un hálito poderoso, embriagante de vida, cargado con el acre perfume de las yerbas silvestres y de la tierra mojada, llega hasta lo más hondo de mi pecho. Todo lo que me rodea parece nuevo, brillante, claro: los campos, las casas, los montes distantes, hasta la blanca torrecilla del Cementerio lugareño que contemplo, en lontananza, a través de los álamos negruzcos. Yo me siento también ágil, ligero y alegre, con el corazón henchido de no sé que vaga, indefinible esperanza.

De repente siento que la puerta de la habitación se abre suavemente: rápidas pisada que yo conozco muy bien resuenan tras de mí sobre la alfombra. Paulita está frente a mí; trae debajo del brazo un pequeño envoltorio; sus labios se agitan como si desearan comunicarme luego algo importante. Con la luz fuerte y clara que penetra por la ventana, su rostro parece demacrado, pálido y enfermizo; sus grandes ojos negros circundados de profundas ojeras violáceas brillan intensamente, con los resplandores de la fiebre; pero su boca sonríe enigmática, maliciosa… Se inclina a mi oído y me dice misteriosamente:

-Hoy me ha llegado carta de él, ¿sabe? Aquí la traigo para que la vea.

-¡Ah! José le ha escrito -le digo.

Me hace un repetido signo de afirmación con la cabeza, al mismo tiempo que busca nerviosamente algo en el pecho. Por fin, saca un pequeño papel todo arrugado y me lo pasa cuidadosamente, diciéndome:

-Léamela, señor, para ver qué es lo que ha puesto ahí.

Es una breve carta que principia con el sabido: “Espero que al recibo de ésta se encuentre gozando de una completa salud; yo quedo aquí bueno, a sus órdenes. Ésta es para decirle que ya muy luego me voy a embarcar.

Espero sólo juntar algo para el pasaje, porque hay que atravesar el mar.

“También le diré que yo no me puedo hacer por aquí, porque no hay día que no me acuerdo de usted y de todos.

También quería decirle que el negocio mío es una cantina. Algo se gana, porque es mejor trabajar solo que no apatronado. Le mando esas cositas para que se abrigue este invierno y se acuerde de su pobre hijo. -JoséMorales.”

Mientras deletreo pausadamente en voz alta esta epístola, la anciana, con la mano en la mejilla, las cejas fruncidasy una suave sonrisa en los labios, parece sumergida en un dulce y embriagador ensueño.

De cuando en cuando, durante la lectura, exhala un suspiro entrecortado.

Al terminar, le devuelvo su tesoro, diciéndole:

-José es un buen muchacho, porque se acuerda de su madre, y no es ingrato.

-Ingrato él -me contesta con una expresión de extravío en la mirada -, ¡cuando es el mejor, el más bueno de todos los hijos! Vea, mire lo que me manda -y principia a desdoblar precipitadamente el paquete que traía bajo el brazo. Y allí, sobre la mesa, veo extenderse un pañuelo de colores chillones, de los de rebozo, y un género obscuro de lana, todo muy ordinario. Durante esta exhibición, ella me mira a cada instante con el aire inquieto sonriendo orgullosamente, como diciéndome: ¡Qué le parece!

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Fecha de publicación: 06/03/2024

Última edición: 06/05/2024

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